sábado, 27 de junio de 2009

Relatos - Remar a contracorriente


El pasado sábado, un día después de la visita de Javier Sáez de Ibarra, otro refrescante acontecimiento literario tuvo lugar en Pamplona. Siete escritores noveles, todos ellos vírgenes en esto de la publicación de relatos, lanzaron al viento su creatividad e ilusión en forma de libro. 48 relatos y poesías apiñados en más de 200 páginas donde están impresas no sólo letras y cuidadas historias, sino también la vergüenza y el atrevimiento de estos valientes.

Por orden, en la foto vemos a Maribel Zorrilla, Mila García, Antonio Moriones, Susana Barragués -"madrina" del libro y autora del prólogo-, Beatriz Ruiz, Marijose Eceolaza -autora también del cuadro que ilustra la portada-, María Jesús Villar y Sóstenes Rodríguez. Ellos son los inconscientes que se han atrevido a hacerse presentes en el mundo literario de la pequeña ciudad donde vivimos, un lugar en el que sólo se da valor a Osasuna y los sanfermines, y donde hechos como el presente sirven de refugio para los inconformistas que no se pliegan al discurso dominante.

No van solos en esta aventura. La escritora leonesa Susana Barragués, todo corazón, buen rollo y energía, además de una de las impulsoras de la vida literaria en la ciudad, es la autora del entrañable prólogo que precede a estas narraciones. "La creación es también un acto de resistencia", dice Barragués, " resistencia estética contra el autoritarismo de las conductas civiles y la costumbre, tan rancia de significado y de destino". Qué acertadas palabras para definir la actitud de siete locos sin padrinos ni pesebres, locos que han hecho del impulso y la alegría su bandera para exponerse a la crítica o la indiferencia, inevitable mal que espera a los que persiguen sueños diferentes de los del resto del mundo.

Como Barragués, las más de cien personas que acudimos a la presentación apoyamos y admiramos actos como el del pasado sábado, momentos en los que uno se da cuenta de que no está solo en este estrecho sendero que, poco a poco, vamos consiguiendo desbrozar.


Mis mejores deseos, mi admiración y mi agradecimiento a los que lo habéis hecho posible.

martes, 23 de junio de 2009

Javier Sáez de Ibarra - Literatura para entender mejor el mundo

Javier Sáez de Ibarra escribe para cambiar el mundo.

Cuando lea esto, dirá, “¡no, yo no dije eso, yo dije que NO esperaba cambiar el mundo!”. Es verdad, dijo lo contrario: “Yo no escribiría nunca para cambiar el mundo”. Pero no me lo creo y el blog es mío, así que voy a darme la razón, que es lo que se hace básicamente en la blogosfera. Creo, para ahondar en la reflexión, que Javier también es un amante de los titulares descontextualizados, y éste me ha salido redondo.

También dijo que “el mundo podría ser maravilloso, y en cambio es un lugar lleno de conflictos”. Igual se le escapó, qué sé yo, pero sigo sin creer que no escriba para cambiar las cosas. Porque si no es así, a ver, ¿cuál es el motivo que hace que le entren esas repentinas e intermitentes ganas de escribir? ¿Por qué, después, iba a dedicar tanto tiempo a reflexionar sobre lo escrito? ¿Por qué corregirlo y reconstruirlo para dejar claro el mensaje? ¿Y por qué, mucho después, compartiría dos horas de charla, más otras cuantas de cena hasta la madrugada, con un grupo de aficionados a la lectura de una pequeña ciudad de provincias?

Insisto, el autor de Mirar al agua nos dijo que no pretende cambiar el mundo. Esas fueron sus palabras. Luego transcurrieron los minutos y bajó la guardia. Al final, con una sonrisa, reconoció: “Bueno, si acaso un poquito...” Mi conclusión: sí, Javier, escribes para cambiar el mundo. Y los que te hemos leído lo agradecemos.

En su afán por no cambiar el mundo, Sáez de Ibarra cuenta historias desde ángulos donde nunca antes habíamos mirado, relatos con cargas de reflexión maduradas durante años, cuentos que no dejan indiferente, de esos que obligan a pensar en si todo lo que conocíamos, si el mundo en el que vivimos, es realmente así.

Ya lo había avisado en otro post: el pasado viernes, en la fundación Patxi Buldain de Huarte (Navarra), Javier Sáez de Ibarra visitó a los alumnos del taller estable de escritura creativa. Una breve acotación: el taller empezó a funcionar hace sólo dos años, de la mano de Roberto Valencia y la propia fundación, pero ya empieza a dar frutos -de próxima aparición en el blog- y, sobre todo, se está convirtiendo en un importante referente literario de la vida cultural de la ciudad. Falta le hacía a esta plana Pamplona.

Vuelvo a la charla del viernes, que allí se habló de muchas cosas. Mucho sobre el trabajo del escritor, lo que a la postre más interesaba a la concurrencia. Escribir, corregir, dejar en el cajón a que madure, releer, reflexionar, poner y quitar, reescribir... publicar, no publicar: "Durante un tiempo, los cuentos que yo escribía no salían a la luz, pero me ayudaban a pensar", explicó. Relató, además, manías personales que prefiero dejar en el off the record de la charla -una por otra, ¿no?-.

También citó sus referencias: Borges, y su teoría de que "la escritura nunca se termina, sólo se interrumpe"; o Kafka, o Allan Poe y su mundo siniestro; o la poesía de Lorca; o el realismo de Aldecoa. Escritores que tampoco querían cambiar el mundo.

Sobre todo, de lo que más se habló aquella maravillosa noche, fue de relatos. De cuentos y de la carga de reflexión que llevan dentro.


También hubo quejas por la falta de respeto con que la industria editorial, los lectores y los propios críticos tratan al relato. “No se juzga igual un libro de relatos que uno de poesía o una novela”, se lamentó el escritor. Juan Casamayor, el director de la editorial especializada en relatos Páginas de Espuma, acompañó a Sáez de Ibarra y aportó una apasionada defensa del cuento como género literario. Grata sorpresa, también, encontrar a un hombre de empresa cuya pasión sea el producto, por encima de su rendimiento comercial. “Estamos terminando con la falacia de que el cuento no vende”, dijo Casamayor, y espero que así sea. Por sus bolsillos y por el futuro de los que leemos para mejorar las cosas.

Todos los que compartimos charla y cena quedamos encantados y agradecidos.

Del libro, Mirar al agua, y de lo que sobre él se dijo hablaré otro día, que éste me he quedado sin espacio. Mientras tanto, os recomiendo que lo leáis y así, cuando toque, llenamos el blog de comentarios.

viernes, 19 de junio de 2009

Escribir mientras ETA



"Me dijo el redactor jefe que llevara el ojo seco.

Cuando llegues y te azote el calor de la ciudad, me dijo, cuando te subas a un taxi y escuches decir "hay que echarlos al mar", cuando una sonrisa hebrea cumpla con el ceremonial de la hospitalidad que en todos los orientes ha regido durante milenios, cuando subas en el ascensor hasta tu habitación y dejes una moneda que has cambiado hace sólo una hora en el aeropuerto en la mano de un joven de ojos oscuros, que también te ha sonreído, cuando, después de citarte con Pablo para la cena, ya sola descorras las cortinas del Rey David y contemples el amplio espacio de la ciudad de los martirios, cuando, y él cómo lo intuyó, cuando el corazón se te encoja ante un cielo que atardece mintiendo y no habla y después se calla y se cierra sobre el mundo. Que llevara el ojo seco."

Escribir mientras Palestina (Mirar al agua)
Javier Sáez de Ibarra

Cambiemos oriente por Euskadi. Aquí, el sol no se esconderá hoy, porque ya estaba tapado por las nubes, como casi siempre. Pero sí tiene algo de mentiroso el cielo: ese objetivo, esa excusa que para algunos legitima la muerte. Hace tiempo que no es suficiente como excusa, ni siquiera real como objetivo, porque de tanto matar ha dejado de serlo.

Hoy tampoco tenemos el ojo seco, y hacía tiempo que no se humedecía por su causa.

Hoy, mientras el sol se esconde mentiroso en Euskadi, nos visita Javier Sáez de Ibarra, en lo quería haber sido un día de literatura. Mucho me temo que, en un foro de reflexión y diálogo, volveremos a hablar de sinrazón, fanatismo y violencia. De ETA y de una situación de la que estamos demasiado cansados y que parece que nunca termina.

Sólo queda discutir ideas, valorar matices y escuchar diferencias. Sólo eso y el hastío. Y otro muerto.

¿Alguien podría explicarles que cada vez que matan pierden un poquito más la guerra?

martes, 16 de junio de 2009

Hoy nos visita...



Será este viernes, en la sede del Taller de Escritura de la Fundación Patxi Buldain de Huarte (Navarra).

Javier Sáez de Ibarra acaba de sacar un libro de relatos, Mirar al agua, que es lo único que he leído de este autor vitoriano. Eso de momento, porque las expectativas que ha creado son inmejorables.

Soy muy aficionado a los relatos, los disfruto. Sobre todo me gustan aquellos que revientan mis convicciones, los que me hacen darme cuenta de que los juicios rápidos y la vehemencia no son muy sabios y me harán derrapar, como tantas veces me ocurre.

Éste es uno de esos libros, uno de los que te hacen dudar, plantear opciones, pensar de otra manera y desconfiar de las propias opiniones. Me ha parecido genial. También a los miembros del jurado del I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, que lo reconocieron como ganador de forma unánime.

Relatos sobre arte, o sobre obras artísticas, o sobre arte contemporáneo, o sobre qué hacer con el arte contemporáneo, o sobre cómo crear un mito a partir de la nada y decir que es arte contemporáneo, o sobre cómo mirar el arte contemporáneo, o sobre cómo empezar a ver algo más que manchas y desorden en el arte contemporáneo. No esperéis fórmulas mágicas, ni un manual de uso. Son historias corrientes que duelen, gustan y nos sirven para aprender a mirar, a Mirar al agua.

Tengo unas ganas locas de que venga este escritor, porque desde que leí sus relatos y discutimos alguno de ellos en el taller se me ha quedado una especie de hueco en blanco en mi capacidad de interpretación, como una ligera nebulosa de dudas, que espero que él me pueda aclarar. Joder cómo pegan estos porros. Perdón, estos cuentos.

El sábado contaré qué tal fue la visita. Del libro ya hablo otro día, cuando pueda hacerlo con la profundidad, conocimiento y dedicación que sin duda se merece.

viernes, 5 de junio de 2009

Hoy hablo de historia, de la de verdad


"«Cuando miro hacia atrás, a aquellos años -escribe el novelista Juan Marsé (1970:31)-, sólo veo las calles oscuras y la gente en las colas del hambre, y ejércitos de altanería, paveros y matones, imponiendo su facha en las ciudades y descargando sus fusiles en las afueras, y bombardeos increíbles escuchados en una radio antigua en forma de capilla, e informes sobre campos de concentración a gas, y nazis y fascistas, y ruinas y restos humanos, y guerra fría de propaganda y castigo.» La posguerra hizo más discreto el ruido de las armas, disciplinó sus descargas obedientes, pero sobre todo agudizó violentamente los contrastes de una sociedad degradada, miserable y envilecida: en un extremo los beneficiarios inmediatos de la nueva situación, que recuperaban un ritmo de vida y un brillo forzado -se le volvería a llamar hortera-, y una extensísima y densa capa de humillados y desposeídos, masas hambrientas que intentaron reanudar la vida diaria con lo que quedaba de ellos, de sus familias y de sus pertenencias (si las habían tenido o si algo conservaban de ellas de regreso a sus lugares de origen tras la guerra).

La primera de todas las leyes fue la del silencio y con ella el terror a la delación: el silencio por las actividades de un pasado que se callaba a cambio de intentar la reanudación de la vida cotidiana y laboral, porque la declaración de buenas costumbres fue una herramienta decisiva para encontrar trabajo, o para evitar una depuración que condenaba a la marginalidad, o a buscar un aval seguro. El silencio en las ciudades tenía alguna eficacia cuando se regresaba o se llegaba a barrios o zonas urbanas nuevas -sin memoria, ni amistades ni familiares. En las zonas rurales o en poblaciones pequeñas el silencio era generalmente inútil. Todos sabían quién había sido maestro republicano, quién había asistido o resistido a la sublevación militar, quién había animado un conato de revuelta campesina durante la República, o quién coleccionaba literatura anarquista o sicalíptica, quién leía autores rusos o votó al Frente Popular, quién había aplaudido las derrotas o las victorias de cada bando durante la guerra y de qué lado había luchado cada cual. Se sabía y se callaba el lugar en que las detonaciones de madrugada significaban un nuevo fusilamiento -en las playas o en los descampados-, y cualquiera podía ser llevado a comisaría y no ser devuelto a casa."

La España de Franco. Cultura y vida cotidiana(2001)
Jordi Gracia García y Miguel Ángel Ruiz Carnicer


Por si alguien dudaba de si se puede hacer literatura a partir de la disciplica histórica, aquí va este violento episodio de vida y miedo.

Los que leemos estamos acostumbrados a descubrir vidas que no son reales, emocionarnos como si lo fueran y extraer enseñanzas de relatos que no han ocurrido. No seré yo quien desmitifique esa manera de hacer experiencia: precisamente por eso leo ficción, para vivir vidas que no son la mía, emocionarme y, luego, saber más y ser mejor.

Y de repente encuentro este manual de historia, un estilo de libros al que siempre me acerco con cautela, aunque ya no con cara de asco. He de puntualizar que algo ha mejorado la disciplina histórica, porque antes mi acercamiento a aquellos libros siempre azules era diferente. En mi infancia, aquellos tochos llenos de fechas y nombres ilustres, aquellos tratados del desinterés, me llevaban a un estado de desidia sólo comparable al que me produce el visionado de un partido de curling. Y de repente, decía antes de esta digresión, descubro en un documento histórico a la literatura robada de su lugar original, y colocada en donde pocas veces hasta ahora había estado. Y cómo mejora todo.

Cómo mejora encontrarse con historiadores que comunican. Cómo gusta leer la historia de las personas, más allá de batallas, tratados, trampas, estructuras políticas, ascensos de poder, avances de los ejércitos y mapas de reparto de tierras. En esta historia puedo vivir yo y sentir el miedo, y entender por qué afiliados a partidos de izquierdas renunciaban a sus ideas, por qué se tragó con una tiranía que obligó a tanto sacrificio inútil. ¿Qué haría yo en una situación como aquella?

No me planteo esta cuestión cuando me hablan del avance del ejército nacional, de las últimas plazas de resistencia republicana o el traslado de la capital a Valencia. Sí me la planteo, en cambio, cuando leo que la gente moría por la noche, a traición; cuando alguien que podría haber sido yo era delatado, o delataba; o cuando ese alguien contribuía a que otros murieran o no hacía nada para evitarlo. Veo entonces que quienes se beneficiaban de todo esto no eran personas malas intrínsecamente, sino gentes como tú o como yo que salían de la más cruel de las pesadillas, con los escrúpulos ahogados en la costumbre de la muerte, obnubilados por la ambición de dar a sus hijos un futuro mejor. Gentes con vendas en los ojos que no querían ver que la miseria de los demás era culpa suya -¿no actuamos hoy del mismo modo? ¿Y si hablamos de África, por ejemplo?-.

Leo el miedo de las personas y ya la historia me sirve para vivir.

Ojo, no estoy hablando de una novela histórica con un cierto parecido con la realidad. Hablo de contar hechos probados, comprobados, sintetizados y bien planteados; hechos reales que se producen y se estudian en universidades. Hablo de un manual de historia. Este trabajo histórico obliga a un gran esfuerzo extra. Obliga al estudio de fuentes diversas y no siempre las oficiales, unas que sirven y otras que no, historias particulares que no se pueden generalizar por sí solas, que necesitan contraste y verificación. Exige un trabajo de interpretación para taimar las opiniones sesgadas y, sobre todo, los prejuicios. Y además una implicación para obtener conclusiones globales de la maraña de datos particulares. Un trabajo titánico que, cuando se hace con cariño, genera documentos como éste que emociona, y nos permite aprender de la historia. De la historia de verdad.