viernes, 5 de junio de 2009

Hoy hablo de historia, de la de verdad


"«Cuando miro hacia atrás, a aquellos años -escribe el novelista Juan Marsé (1970:31)-, sólo veo las calles oscuras y la gente en las colas del hambre, y ejércitos de altanería, paveros y matones, imponiendo su facha en las ciudades y descargando sus fusiles en las afueras, y bombardeos increíbles escuchados en una radio antigua en forma de capilla, e informes sobre campos de concentración a gas, y nazis y fascistas, y ruinas y restos humanos, y guerra fría de propaganda y castigo.» La posguerra hizo más discreto el ruido de las armas, disciplinó sus descargas obedientes, pero sobre todo agudizó violentamente los contrastes de una sociedad degradada, miserable y envilecida: en un extremo los beneficiarios inmediatos de la nueva situación, que recuperaban un ritmo de vida y un brillo forzado -se le volvería a llamar hortera-, y una extensísima y densa capa de humillados y desposeídos, masas hambrientas que intentaron reanudar la vida diaria con lo que quedaba de ellos, de sus familias y de sus pertenencias (si las habían tenido o si algo conservaban de ellas de regreso a sus lugares de origen tras la guerra).

La primera de todas las leyes fue la del silencio y con ella el terror a la delación: el silencio por las actividades de un pasado que se callaba a cambio de intentar la reanudación de la vida cotidiana y laboral, porque la declaración de buenas costumbres fue una herramienta decisiva para encontrar trabajo, o para evitar una depuración que condenaba a la marginalidad, o a buscar un aval seguro. El silencio en las ciudades tenía alguna eficacia cuando se regresaba o se llegaba a barrios o zonas urbanas nuevas -sin memoria, ni amistades ni familiares. En las zonas rurales o en poblaciones pequeñas el silencio era generalmente inútil. Todos sabían quién había sido maestro republicano, quién había asistido o resistido a la sublevación militar, quién había animado un conato de revuelta campesina durante la República, o quién coleccionaba literatura anarquista o sicalíptica, quién leía autores rusos o votó al Frente Popular, quién había aplaudido las derrotas o las victorias de cada bando durante la guerra y de qué lado había luchado cada cual. Se sabía y se callaba el lugar en que las detonaciones de madrugada significaban un nuevo fusilamiento -en las playas o en los descampados-, y cualquiera podía ser llevado a comisaría y no ser devuelto a casa."

La España de Franco. Cultura y vida cotidiana(2001)
Jordi Gracia García y Miguel Ángel Ruiz Carnicer


Por si alguien dudaba de si se puede hacer literatura a partir de la disciplica histórica, aquí va este violento episodio de vida y miedo.

Los que leemos estamos acostumbrados a descubrir vidas que no son reales, emocionarnos como si lo fueran y extraer enseñanzas de relatos que no han ocurrido. No seré yo quien desmitifique esa manera de hacer experiencia: precisamente por eso leo ficción, para vivir vidas que no son la mía, emocionarme y, luego, saber más y ser mejor.

Y de repente encuentro este manual de historia, un estilo de libros al que siempre me acerco con cautela, aunque ya no con cara de asco. He de puntualizar que algo ha mejorado la disciplina histórica, porque antes mi acercamiento a aquellos libros siempre azules era diferente. En mi infancia, aquellos tochos llenos de fechas y nombres ilustres, aquellos tratados del desinterés, me llevaban a un estado de desidia sólo comparable al que me produce el visionado de un partido de curling. Y de repente, decía antes de esta digresión, descubro en un documento histórico a la literatura robada de su lugar original, y colocada en donde pocas veces hasta ahora había estado. Y cómo mejora todo.

Cómo mejora encontrarse con historiadores que comunican. Cómo gusta leer la historia de las personas, más allá de batallas, tratados, trampas, estructuras políticas, ascensos de poder, avances de los ejércitos y mapas de reparto de tierras. En esta historia puedo vivir yo y sentir el miedo, y entender por qué afiliados a partidos de izquierdas renunciaban a sus ideas, por qué se tragó con una tiranía que obligó a tanto sacrificio inútil. ¿Qué haría yo en una situación como aquella?

No me planteo esta cuestión cuando me hablan del avance del ejército nacional, de las últimas plazas de resistencia republicana o el traslado de la capital a Valencia. Sí me la planteo, en cambio, cuando leo que la gente moría por la noche, a traición; cuando alguien que podría haber sido yo era delatado, o delataba; o cuando ese alguien contribuía a que otros murieran o no hacía nada para evitarlo. Veo entonces que quienes se beneficiaban de todo esto no eran personas malas intrínsecamente, sino gentes como tú o como yo que salían de la más cruel de las pesadillas, con los escrúpulos ahogados en la costumbre de la muerte, obnubilados por la ambición de dar a sus hijos un futuro mejor. Gentes con vendas en los ojos que no querían ver que la miseria de los demás era culpa suya -¿no actuamos hoy del mismo modo? ¿Y si hablamos de África, por ejemplo?-.

Leo el miedo de las personas y ya la historia me sirve para vivir.

Ojo, no estoy hablando de una novela histórica con un cierto parecido con la realidad. Hablo de contar hechos probados, comprobados, sintetizados y bien planteados; hechos reales que se producen y se estudian en universidades. Hablo de un manual de historia. Este trabajo histórico obliga a un gran esfuerzo extra. Obliga al estudio de fuentes diversas y no siempre las oficiales, unas que sirven y otras que no, historias particulares que no se pueden generalizar por sí solas, que necesitan contraste y verificación. Exige un trabajo de interpretación para taimar las opiniones sesgadas y, sobre todo, los prejuicios. Y además una implicación para obtener conclusiones globales de la maraña de datos particulares. Un trabajo titánico que, cuando se hace con cariño, genera documentos como éste que emociona, y nos permite aprender de la historia. De la historia de verdad.

7 comentarios:

  1. Y no devuelto a casa.
    Menuda última frase. Esas cinco palabras lo resumen todo.
    La verdad es que hay muchos manuales de historia que son ladrillos. Este no lo conocía.

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  2. Es verdad, supersalvajuan, el final es espectacular.

    Cuando terminé de leer estos dos párrafos me descubrí con un nudo en la garganta. Es impresionante que ocurra esto con un libro de historia.

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  3. Aparte de la Historia, para mí la verdadera historia son las historias humanas, como muy bien dices, esas pobladas de experiencias personales y llenas de sentimientos y sensibilidad.

    Un abrazo:)

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  4. Las historias contadas de la guerra civil siempre me impresionan. Cuando yo era pequeña nada se hablaba de este asunto, todo eran silencios, familias que conocíamos y eran un poco "raras" en el pueblo, luego te enterabas que eran de izquierdas.
    La película de "Las Alas de la mariposa" cuenta muy bien esa estado de miedo.
    Un saludo
    Teresa

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  5. Historia de la de verdad = Historia de la vida.
    No puedo añadir más sobre ese conmovedor extracto, salvo que se palpa el miedo y la angustia.
    Excelente recomendación.

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  6. Me encanta la entrada. Lo que para todos nosotros es "memoria histórica" para las víctimas de aquellos hechos es "memoria" a secas. He escuchado varios de esos testimonios en vivo, de la boca de una hija o un sobrino de alguien que fue víctima de una "saca" y no volvió. Es espeluznante sentir cómo tienen grabado cada detalle en la mente, las voces de los opresores, los pequeños detalles tremendamente humillantes. Si ellos no pueden olvidarlo, los que defendemos sus ideas tampoco debemos. Leamos testimonios y empapémonos de sus historias personales para conocer a toda esa gente algo mejor. Siempre pienso en cómo seríamos todos ahora si no se hubieran ventilado a todos aquellos que iban siempre unos pasos por delante.
    Gracias por la recomendación ZZ.
    Saludos

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  7. Gracias por los comentarios!

    Me encanta ver que lo que a mí me emociona también emociona a otros.

    De todas maneras, es un libro de historia, no una novela que se pueda leer por ocio. Esta recomendación estúpida es para evitar que alguien luego me diga que recomiendo libros aburridos.

    Qué coño! si os apetece, leedlo. Yo he estudiado unas cien páginas para un trabajo que tenía que preparar y la verdad es que se disfrutaban un rato.

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