martes, 14 de abril de 2009

Felicidades, vieja


5 años de vida y 78 de memoria.

viernes, 10 de abril de 2009

Mi cruda Barcelona


Dejé por completo Barcelona hace ya casi tres años. Desde entonces, vuelvo poco y de manera desordenada, según me dictan mis impulsos. El autobús de regreso a Pamplona, ese desagradable lugar donde intento recopilar emociones y experiencias, me ancla en el pecho, una y otra vez, la misma sensación imposible de definir.

Por un lado Barcelona y sus contradicciones, los complejos de sus gentes, sus discursos manidos y vacíos ya de contenido. Por otro, ese mediterráneo que se cuela hasta por las calles más angostas y hace más vivas las flores, esa luz que aclara y colorea los ojos... esa ciudad que se defiende por sí sola de tantos ataques.

Llegan de varias formas, los ataques. Los hay externos, los que vienen de una España que asusta, la ignorante, apisonadora y monolingüe; estos son los que alimentan y hacen más orgullosa a Barcelona. Y los ataques internos, los de los luchadores por el aldeanismo, la pureza y el seny que ja fa temps que no serveix; son los que más le duelen, la avergüenzan y la intentan pudrir.

"ANDRÉS (Sacudido de ira).- Vete al cuerno también, tú con Barcelona... Me vas a venir a enseñar tú a mí... Me importan tres pitos Barcelona y la cultura y las narices... Barcelona, Barcelona... aquí lo que sois todos es unos desgraciaos que os han vuelto maricas con tanta estupidez... Mecachis en mi negra suerte... en qué mala hora vine yo a esta tierra... Que estoy de los catalanes hasta los cataplines y de vosotros, que sois peores que ellos, porque os habéis hecho peores que ellos."


El lunes por la noche hice el que hasta el momento es mi último trayecto Barcelona-Pamplona. Entre otras, me había llevado una obra de teatro para leer en el autobús: La batalla del Verdún, de José Mª Rodríguez Méndez. Un retrato de Barcelona desde el barrio de Verdún, asentamiento de inmigrantes en los años de la postguerra y que forma parte de los nueve barrios (Nou Barris). Mientras leía la obra me convertí un poquito en todos aquellos recién llegados.

Inmigrante fui yo hace casi siete años. Llegué sin miedo, desde Madrid. Allí había vivido mis últimos años, en esa jauja de la juerga, la velocidad y el buen rollo que es la capital. Y me topé con ella, con la Barcelona de la personalidad, la que actúa como un imán de dos polos. Uno de ellos atrae y anima a luchar por formar parte de ella; el otro repele y pincha y siempre hace sentir como un inmigrante, siempre de fuera, ajeno, lejano e incapaz.

"ÁNGEL (Ensimismado en la contemplación de la ciudad).- Mira, mira, aquellas luces son las de Horta..., aquellas otras las del Carmelo... Más allá Pedralbes, Coll-Blanch, Casa Antúnez... Los barrios alegres...
CHAVAL 2.- Sí que es verdad, tú. Barcelona está rodeada de alegría...”


Desde allí arriba, desde lejos, contemplaba yo los barrios, los elegantes y los decrépitos, los de la borsa que sona y los de las navajas. Como tantos ciudadanos pequeñitos, ignorados, superados por la imagen de confianza que transmite Barcelona y acompleja a sus habitantes. Vivir en Barcelona es como un exceso de responsabilidad, una carga que requiere aprendizaje y energía. De ahí tantos errores, tantas batallas inútiles, tantos rumbos fracasados que la hacen, alternativamente, días paleta y días refinada.

"CHAVAL 1.- Como que Barcelona es mucha Barcelona, tú..., hay cada pájaro.”

Así iba yo en el autobús. Y así la lectura de esta obra de teatro, La batalla del Verdún, de este escritor tan poco conocido, Rodríguez Méndez, ayudaba a encauzar tantas incongruencias en mis opiniones.

"ANDRÉS (Luego de limpiarse los labios).- Cada uno tiene que espabilarse... Aquí no estamos en el pueblo... Barcelona es para los hombres. Hay que luchar."

Hostil, Barcelona se alimenta de todo lo que tiene cada uno. Quita vida, dinero, trabajo, horas y disfrute. No es comprensiva y sí cruel. Y sin embargo, se aguanta y se pelea. Y a la recompensa, si llega, la dicen intangible pero se hace palpable.

"ANDRÉS.- Ya no saldremos nunca más de Barcelona... Nos hemos hecho un hueco...
CARMELA.- ¡Qué bien!”

Eso pensé yo un tiempo, que me quedaría allí. Y sonreía de satisfacción. Luego no fue así y quizás, gracias a haberme ido, he podido tomar distancia y comprensión.

Ahora cada vez que vuelvo refresco aquella sensación contradictoria. Y la miro desde lejos, con cariño y aliviado. La vida en pequeñito tiene sus satisfacciones y yo hace mucho que no recibo dentelladas. Eso sí, una cosa tengo clara. La próxima vez, en cuanto el autobús frene en la estación de Sants y ponga pie en tierra, me sentiré guapo de nuevo. Las miraré, como siempre, preciosas, y sonreiré.

"CHAVAL 2.- A las chavalas, a lo primero, Barcelona les favorece, tú...”